Los hechos suceden. Aquí y allá. En fechas ciertas, o supuestas, o entre dos acontecimientos definidos. La historiografía aporta un manantial de información precisa, documentación originaria o certificada. Y a partir del trabajo de investigación de los historiadores surgen los textos que servirán para conocer la historia en cada caso; en cada época; en cada geografía.
Entre muros y extramuros, la Historia, la de la mayúscula, se desenvuelve aún más allá de sus parámetros temporales. Y deviene, con su transcurrir, como de un universo ajeno a la voluntad de los que se ubican en tropel en sus escalones principales. El tiempo, sin embargo, se agazapa sin que los protagonistas independientes de su devenir se den cuenta precisa de su naturaleza, de candente precisión. Tiempo que, entre almanaques y relojes, no se deja atrapar, y a la vez hace lo que sabe hacer. Dejar que las telarañas sean tejidas en los rincones y que el polvo -esa pátina indescifrable de sus materias originarias- se aposente sobre todo. Sobre las cosas y sobre las pasiones y claudicaciones de la sociedad humana.
Las más de las veces el negacionismo se sustenta en el cuestionamiento casi absoluto, como “no verdadero”, de un hecho que la historia instaló en su páginas con información y documentaciones fehacientes. Halla su potencia demoledora derribando los muros del edificio de la historia, aun con las no del todo coincidentes valoraciones de los estudiosos de la disciplina, de sus investigadores más prominentes.
El negacionismo asume las formas de un fundamentalismo que tiene mazas demoledoras en manos de quienes -más que negar hechos históricos que se probaron de diferente manera y hasta con documentación registrada- introducen sospechas y cuestionamientos. Son, la goma de borrar de la Historia y los diagramadores de escenarios distintos en los que acomodan conceptos y datos que no se esfuerzan demasiado en ser o en parecer verdaderos.
El negacionismo enfocado en el Holocausto pisotea el cúmulo de información que da cuenta de episodios de horror del nazismo y hasta halla, entre los pliegues de su propuesta vehemente, motivos para sustentar el trasfondo de la propia arremetida antisemita.
Lo preexistente
Una doctrina que no tiene origen sino en aquello preexistente que pretende negar. Y esa pretensión se estructura en un corpus que intenta sustituir lo blanco por lo negro, sin más, como si fuese dictada por los guardianes de la Historia. No es una doctrina colectiva y estructurada sobre basamentos originales y autónomos que le dan sustento. Más se asemeja a una entidad parásita que se aprovecha de la estructura original de quien le da alimento para su existencia. Si no hubiera sucedido el holocausto dimensionado como se quiera hacerlo (“No fueron seis millones…”) la razón de ser del “negacionismo” se caía, consecuencia previsible para su condición de movimiento parasitario.
Fue y sigue siendo tan omnipresente el accionar por todos los medios a su alcance, que cada vez son más abarcativos desde lo comunicacional los efectos del negacionismo, al punto que se hace necesario –según muchos advirtieron y actuaron en sus respectivos gobiernos- sancionar una ley que, expresamente, lo prohíba. Claro, tiene sus riesgos. Con la vista desde una atalaya en la que la libertad de pensamiento y de expresión se valora como de los más excelsos componentes del patrimonio de las personas, sólo imaginar una ley restrictiva sobre una opinión referida a un asunto histórico, es riesgoso. Y eso ocurre con las leyes que imponen sanciones a quienes se escudan en el negacionismo para quitarle entidad histórica a determinados procesos o doctrinas. Y, además, a los hechos derivados de su aplicación. Tal el Holocausto y la persecución mayoritariamente a los judíos con una metodología de perversión.
La legalidad
Cuando una verdad en su tiempo tuvo miles y miles de observadores, sufrientes, testigos, protagonistas en suma, de un tiempo y un espacio nada menos que en los años de la Segunda Guerra Mundial (IIGM) es imposible disimular la realidad. Imposible modificarla al punto que lo negro resulte blanco, a como sea, y lo blanco olvidado, pieza ausente del devenir histórico de esos días en los que la Humanidad claudicó lo esencial de su contextura compleja y de la armonía de sus componentes interdependientes.
Ninguna legalidad puede basarse sino en el complejo de normas dictadas de consuno por quienes están habilitados para ello en un sistema democrático o en las cercanías de ese sistema. En los regímenes monárquicos absolutos -y en los dictatoriales- es impensable que puedan existir normas donde el ciudadano, el pueblo, tenga el derecho a la opinión. Y que ésta resulte valorada y tomada en cuenta en las decisiones que se vuelcan desde la cúpula del poder absoluto.
En Europa, ese continente donde se gestó esa tragedia (por segunda vez) de una guerra que fue mundial, también se gestó una inhumana actividad humana que equivaldría a un oxímoron espantoso, cruel, de otro mundo, de tiempos superados, de barbarie e ignorancia absolutos.
La negación del Holocausto, sólo halló acogida en algunos países como ilegal. Estos son, por orden alfabético, Alemania, Austria, Bélgica, Czhequia, Eslovaquia, Francia, Hungría, Israel. Liechtenstein, Lituania, Luxemburgo, Países Bajos, Polonia, Portugal, Rumania, Rusia y Suiza.
En el caso de Rumania, que venía negando el Holocausto, la llamada Comisión Wiessel* recién reconoció ese martirologio judío en 2004, sesenta años después de terminada la IIGM. La Unión Europea (UE) se pronunció en el sentido de que negar o trivializar en forma burda los “crímenes de genocidio” debería ser “punible en todos los Estados miembros de la UE”.149
Sin embargo, en Italia (2007) se rechazó una ley que sancionaba la negación del Holocausto. En este caso se bogaba por una pena de prisión de hasta cuatro años. En España, en ese mismo año, se declaró inconstitucional la ley contra el negacionismo, por un tribunal de Justicia. Por su parte en los Países Bajos se exteriorizaron dos posturas simultáneas: rechazo de un proyecto de ley. Proponía hasta un año de pena máxima por la negación de actos genocidas, cualesquiera fuesen. Pero, para la negación del Holocausto, seguía siendo un delito. El Reino Unido rechazó dos veces los proyectos de leyes de negación del Holocausto. Asimismo, en Suecia y en Dinamarca se mantuvieron al margen de esa tendencia de fustigar al negacionismo, penalmente. No es pacifica la doctrina que sustenta necesario vincular el negacionismo con el delito. Sin embargo, aun controvertida, hubo enjuiciados según las leyes sobre negacionismo en algunos países. El profesor de literatura francesa Robert Faurisson, uno de ellos, fue condenado según la Ley Gayssot en 1990. Desde determinados sectores de historiadores cuestionan a las leyes que imponen penalidades. Sustentan sus posiciones contrarias con un planteo digno de ser considerado en profundidad: tales leyes penales contradicen el derecho a la libre expresión interpretativa sobre hechos de la Historia. Y aquí sostienen una original aseveración crítica: “Que la verdad histórica sea establecida como verdad legal”. Sin embargo, a la luz de tantos y variados modos de referirse desde el negacionismo al Holocausto, su negación más que una advertencia y corrección a la vez de “historiadores” es lindante con el antisemitismo que cobra vuelo en tanto se despejan los “nubarrones” del Holocausto, como si fueran sólo eso: nubarrones La negación del Holocausto, lo dicen abiertamente algunos tratadistas, es “la peor forma de racismo”. Y he aquí que deviene en favor del negacionismo (según los negacionistas, “naturalmente”, para transmutar el término en una especie de definición aceptable entre los historiadores y una parte de la sociedad toda: “revisionistas”. Claro que, entre “revisionistas” que pretenden volver a indagar sobre los hechos y documentos de la historiografía y negacionistas de tales hechos documentados un abismo conceptual se interpone. Un álgebra difícil de asimilar racionalmente.
El caso argentino
A petición de la titular del senado de la Nación, Cristina Fernández, diputados del oficialismo presentaron un proyecto para sancionar el negacionismo de los crímenes de la dictadura del “Proceso”, inspirado en lo que está vigente en la Alemania post nazismo. Muy peligroso antecedente para sumar más confusión a la Historia. Sí, subsisten controversias más o menos tolerables en el contexto entre “buenos” y “malos” de esta película. La que va siendo innecesariamente de “larga duración”. Mal puede significar beneficioso para el común de las gentes y de la historia de nuestra nación introducir en el Código Penal (CP) sanciones para quienes nieguen el “terrorismo de estado”. Sera una “causa perdida” imponer esta legislación penal, porque se abriría un nuevo frente en una sociedad necesitada de paz y de soluciones a sus problemas del día a día con una devoradora inflación y un escenario de enfrentamientos políticos entre mesiánicos y prometedores de portarse mejor que antes hasta ahora o mejor que hasta ahora. El proyecto contra el “negacionismo” argentino es distinto al europeo. Demasiado peligroso. Inoportuno. Innecesario. Ya existe en el CP la apología del delito o condenado por delito (Art. 213).
Anticonstitucional, a secas.
Debate de candidatos
Asombra que en el debate presidencial en Santiago del Estero del 1 de octubre próximo no haya nada sobre la política exterior que proponen los candidatos a la presidencia de la Nación. Como si estuviéramos solos en el mundo y no necesitáramos nada de él.
(*) En octubre de 2003 el ex presidente rumano Ion Iliescu crea una comisión para investigar y generar un informe sobre v el Holocausto en Rumania. La dirigía el Nobel de la Paz (1986) Elie Wiesel.